Decidió a todo, se arremango las mangas del viejo suéter que usaba, tomo madera, cuerdas, clavos, trozos de telas, un viejo mocho de escoba que yacía tras su ropero. Puso manos a la obra. En menos de un hora estaba listo su espanta pesadillas. Esa noche apago las luces de la casa y durmió cómodo y tranquilo. Lo que no sabía que un amigo peludito -un nuevo inquilino- inesperado fue quien corrió las pesadillas de su lado.
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